JOYAS OLVIDADAS
En la Ribera del Duero soriana radican algunos de los mejores y más antiguos viñedos de la denominación de origen, viejos majuelos y tempranillos que ya casi nadie quiere trabajar. En definitiva, entre los mejores vinos sorianos.
VENDIMIANDO ENTRE FANTASMAS
La falta de personal convierte las vendimias sorianas en una película de suspense: muchos viticultores no saben hasta última hora si podrán recolectar la uva. Para recoger los frutos de su Grano a Grano, Gormaz cuenta con dos trabajadores experimentados, Daiana y Adil, emocionados por culminar “todo un año de trabajo”. Por supuesto, son expertos catadores de uva. Rodeados de fincas abandonadas, realizan su labor en silencio, antes de volver a la bodega para desgranar los racimos.
En la ‘España vaciada’ la vida es cada vez más difícil. La despoblación y la creciente falta de recursos están convirtiendo algunos de los rincones más atractivos del país en auténticos eriales donde reina la soledad y el futuro es cada vez más incierto. La provincia de Soria es, junto a Teruel, el paradigma de un fenómeno demográfico que está haciendo peligrar la viabilidad de sectores que durante siglos dieron de comer a miles de familias, y la vitivinicultura no es una excepción. La Ribera del Duero soriana alberga algunos de los mejores y más antiguos viñedos de la denominación de origen, viejos majuelos echados a perder porque ya nadie los trabaja. Sus dueños suelen ser ancianos aferrados a la tierra que prefieren ver cómo la maleza se adueña de los pagos antes que deshacerse de ellos, o bien herederos ya exiliados que no se ponen de acuerdo entre ellos a la hora de vender las fincas. En cualquier caso, y aunque quisieran seguir adelante, encontrar a alguien dispuesto a vendimiar cuando llega octubre se convierte en una quimera. Ya no hay nadie a quien llamar.
La situación es muy triste, porque para María José García, enóloga de Viñedos y Bodegas Gormaz y soriana de los pies a la cabeza, “es totalmente factible recuperar un viñedo abandonado en solo tres años”. Así lo ha hecho ella en más de una ocasión junto al responsable de campo y viticultura, Fernando Ligero, y el resto de su equipo, en un afán por hacer realidad un audaz proyecto de recuperación de cepas viejas que ya ha comenzado a dar sus frutos.
La idea de elaborar un tinto artesanal “de verdad” rondaba entre los responsables de esta antigua cooperativa desde hacía mucho tiempo. Se habían hecho con algunos viñedos prefiloxéricos de hasta 150 años de edad, pequeños jardines de tempranillo asentados sobre suelos pedregosos que llevaban a la planta al límite del estrés hídrico hasta alumbrar unos pocos racimos de extraordinaria calidad. Una selección exhaustiva a pie de viña no parecía suficiente, y de la forma más inesperada surgió la idea del “grano a grano”. Una actividad escolar en las riojanas Bodegas Valdelacierva –pertenecientes, como Gormaz, al grupo Hispanobodegas– en la que un grupo de niños tenía que seleccionar uva a uva los mejores frutos de cada racimo sirvió de inspiración para elaborar 12 Linajes Grano a Grano, un vino del que solo se elaboran, de media, cerca de 1.500 botellas cada añada. “Con el tiempo, y si adquirimos más fincas de estas características, aumentaremos un poco la producción, pero no es el objetivo que perseguimos con este vino”, señala la enóloga.
Todo el proceso es manual y no dura más de 48 horas. La vendimia no da comienzo hasta las 10 de la mañana, cuando las cepas se han desprendido del rocío matutino, y se lleva a cabo en pequeñas cajas de 15 kg. En total, la recolecta no superará los 1.800 kg, una cifra aparentemente irrisoria pero que, teniendo en cuenta lo que viene después, es más que suficiente para los sufridos trabajadores de la bodega que tendrán que lidiar con la peor parte del proceso: la selección uva a uva. Armados de paciencia y con una voluntad a prueba de bombas, una docena de personas desgranará los racimos descartando los frutos que por aspecto y tamaño no cumplan los requisitos para formar parte del ensamblaje final. Ésta sí, ésta no, y así durante siete u ocho horas seguidas hasta que los dedos se entumecen y pierden movilidad. Cuando las uvas pasan a un pequeño depósito de 2.000 kg para realizar una maceración prefermentativa a baja temperatura –un proceso imprescindible para preservar el carácter frutal del vino–, la imagen sorprende por la homogeneidad: todas parecen iguales. La fermentación en depósitos más grandes y el obligado paso por roble francés terminarán por rematar la faena casi un año después, mientras en los viñedos sorianos comienza una nueva vendimia que ya nunca volverá a ser lo que fue.